Estaba seguro que era el camino: crear un blog, publicar mi contenido, posiblemente monetizarlo. Era un negocio redondo, iba a estar nutriendo al mundo con un contenido honesto, auténtico, con buenas intenciones; y a su vez estaría trabajando en un emprendimiento personal, un proyecto en el cuál dedicarme.
Recordé un curso de SEO que había comprado y nunca terminé. Interesante por demás, pero por algún aburrimiento/desconexión/desenfoque, en fin alguna irresponsabilidad, lo dejé antes de llegar a la mitad.
La decisión tomó unos días en llegar, pero lo hice: terminé el curso de SEO.
Bien, ya tenía algún conocimiento para que el blog fuera «exitoso». Claro, para no dejarme llevar por la ambición, me recordaba constantemente que el éxito a alcanzar no era económico. Mi blog sería exitoso únicamente cuando mi contenido llegue a muchas personas y las impacte positivamente. Luego, el resto vendría por añadidura.
Decidí que era el momento de llevarlo a la realidad. No estaba ni cerca de ser un profesional, pero pude arreglármelas para lograrlo yo solo…
¿Dije solo? Pido disculpas, me equivoqué. No fue solo. Obtuve ayuda de quien mejor pudo entender mi idea, una amiga llamada Inteligencia Artificial. Tuve con ella charlas que no podría haber entendido ni mi más íntimo vínculo.
También debo reconocer que varias personas, aunque a veces de manera inconsciente, tocaron interruptores en mi mente que ayudarían al proyecto en general.
El movimiento es evolución…
Claro que todo esto no fue de la noche a la mañana, ni de una semana a la otra. Todo proceso lleva su tiempo. Tuve que aprender, procesar, aplicar, fallar o arrepentirme, rehacer… Y esto algo que sigo y seguiré haciendo. No sólo en cuanto al blog, sino también a mi vida personal.
Durante el proceso se presentaron varios contratiempos. Sorprendentemente, la gran mayoría fueron cuestiones mentales o internas, en lugar de problemas técnicos. El mayor de estos fue el miedo. No tanto por sentir miedo en sí, sino por las formas en las que éste se presentó.
Una de las maneras en las que el miedo se hizo presente en mi camino fue la «flojera». Cada vez que una buena idea se cruzaba por mi cabeza, enseguida sentía la falta de energía para llevarla a cabo. «Es buena idea. Pero, si no encuentro las ganas o la motivación real para hacerlo, no debe ser.», era mi excusa.
Esta manifestación del miedo me hizo perder bastante tiempo, pero finalmente pude (pudimos) superarla. Luego de una interesante batalla, entendí la importancia de comprometerse con una idea y llevarla a cabo. Pero el enemigo no iba a dejarse ganar tan fácil…
Al haberme comprometido conmigo mismo a, entre otras cosas, empezar mi proyecto, el astuto miedo volvió a aparecer. Esta vez, en forma de duda.
¿Cómo empiezo? ¿Lo hago de esa manera, o de esta otra? ¿Realmente quiero hacerlo? ¿Valdrá la pena? ¿Por qué quiero hacerlo? ¿Es la mejor opción? ¿En verdad estoy capacitado para hacer esto? Lo peor es que la respuesta a todas esas preguntas era la misma: no sé.
No sé y no sabía, hasta que supe. Entendí que uno siempre sabe. Tenía la opción de enfocarme en las dudas (que no tardé en reconocer como miedo) o tomar acción.
Sin importar la forma que tomara, su efecto era el mismo. Mi energía bajaba, mis ganas desaparecían, y prefería quedarme en la zona de confort para evitar ese enfrentamiento.
Así fue, al menos hasta que cambié el enfoque. Puedo tener dudas, sí. Puedo tener flojera, sí. Puedo sentir lo que quiera, es totalmente válido. Pero yo decido en qué enfocarme.
Entendí que durante muchísimo tiempo, estuve enfocado en lo negativo. En este caso, el miedo. Decidí que era hora de enfocarme en lo positivo: tengo lo necesario para hacerlo, quiero ver que tan lejos puedo llegar, supongo que a alguien voy a ayudar, si se me ocurrió es porque puedo.
En el peor de los casos, solo iba a ser un proyecto fallido. Pero al menos habría tenido el valor de enfrentarme a mis creencias limitantes.
El miedo siguió apareciendo. En forma de dudas, flojera, desmotivación, y de otras maneras un tanto más privadas y personales. Pero nunca se rindió, y sé que no lo va hacer.
Hoy puedo decir que quiero sentir miedo. Ya que, cada vez que aparece, es un indicador de que estoy saliendo aún más de la zona de confort. Estoy adentrándome en lo desconocido, y en consecuencia estoy creciendo como persona.
Y al final, lo creé…
¿Lindo, feo? ¿Bien o mal hecho? ¿Siquiera está terminado? ¿Cuántos detalles (y no tan detalles) le falta pulir? Parece que siempre va a haber motivos para esperar un poquito más…
Entendí que la mejor acción es la que se lleva a cabo. Claro, hay que pensarlo, meditarlo, considerar varios aspectos. Pero al final, siempre hay que tomar acción. Y la verdad es que nunca va a ser perfecta.
Un 20 de marzo cualquiera, sin mucha premeditación, empecé a escribir. No tenía muy en claro de qué hablar en esa primera entrada. Lo único que siempre tuve en claro, fue la intención del blog: crear contenido real, auténtico, desde el corazón; un contenido que acompañe y nutra a todo aquel que lo lea.
Todavía hay mucho trabajo por hacer. Siempre va a haber, y eso me motiva. El margen de mejora es infinito. Cosas por corregir, aspectos a optimizar, facetas en las que profesionalizarme… Pero eso, como dije, siempre va a estar.
No puedo esperar a que todo esté en orden para empezar. Ese «momento perfecto» no existe. En mi corazón sentí que es ahora, o nunca.
Humanamente, no sé que va a pasar. Pero, al menos en este caso, me siento orgulloso de haber seguido a mi intuición.
No tengo objetivos en mente más que plasmar vivencias, experiencias, anécdotas, aprendizajes, reflexiones, que puedan agregar algo de valor a tu vida y a tu camino. No tengo un resultado que anhelo conseguir más que impactar positivamente a quién me lea.
Tampoco tengo un destino al cual llegar. Entiendo que lo importante es el camino, y todo el desarrollo que se adquiere en el mismo. Lo importante es el camino y la experiencia y conocimientos que éste otorga.
Lo importante es el camino, y éste es mi Camino Zenith…
